Por Daygorod Fabián Sánchez El Autor es Educador y Comunicador Social de Villa Vásquez Usando como plataforma la tesis y praxi...
Por Daygorod Fabián Sánchez
El Autor es Educador y Comunicador Social de Villa Vásquez
Usando
como plataforma la tesis y praxis de la proliferación de los medios de comunicación
(tradicionales y modernos) los exponentes partidarios hacen ingentes
inversiones en medios sociales-comunicacionales con el propósito de revestir su
imagen de credibilidad frente a determinados segmentos de la población.
En
su mayoría, salvo reconocidas excepciones, intentan llevar a la opinión cosmopolita
hacia el sendero de la fe en sus gestiones políticas y funcionales, pero con el
predicamento de no dejar que se escrute de forma real y honesta el manejo de
recursos que provienen de los bolsillos ciudadanos.
La
habilidad filibustera de barruntar las admoniciones sociales frente al uso de
recursos públicos para beneficio personal, encuentra su punto de éxtasis cuando
actores de la comunicación colocan precio a su silencio y valor económico a sus
palabras en las denominadas zafras electorales (tiempos de campaña) y usan
programas de radio y televisión, difundidos también por las redes sociales,
para realizar un ejercicio retorcido de la realidad e insertar una idea distorsionada
en la mente del público.
En
ese interés lleno de perversidad es que cuando auscultamos las relaciones de
gastos de muchas instituciones, legisladores y la Presidencia misma de la
República, notamos que el mayor trueque financiero se encuentra en comunicación
social, o como le llamaría una compra cerebral. El pago de publicidad periodística, desde el
gobierno, cubrir el costo mensual de un programa de televisión o radio, o el
nombramiento en una institución del Estado lleva en defecto la consigna de no
esgrimir argumentos en contra del amo de turno y la defensa a ultranza de dicho
regente.
En
el caso de los legisladores es peor el asunto. En el orden práctico resultan
arredrados ante la posibilidad de que se les interpele, para conocer a profundidad
sus gestiones y manejo de fondos. Buscan acercamientos, desde la óptica económica,
con personas que desean usufructuar su condición de comunicador y colocarse al
servicio de las peores causas.
Existen
frases que aluden al siguiente significado: podemos intentar engañar a todo el mundo,
pero nunca a nosotros mismos. Basado en esa lógica es que se buscan cercanías de
naturaleza cambista con la clase comunicacional, para establecer un muro que
evite la presión suficiente que lleve al exponente partidario ante un proceso democrático
que permita a la gente decir lo que piensa de su gestión. De ahí que se aventure
a la cultura del señalamiento.
Al
final de las cuentas lo esencial no es lo que se dice, sino quién lo dice. Cuando
un mensaje es articulado por una persona que no goza de niveles elementales de moralidad
dicho mensaje carece de validez, en razón de que los observadores saben cuando procedemos
por encargo y cuando lo hacemos basados en el interés colectivo.
Construir
un horizonte de pundonor ante la ciudadanía es difícil cuando es de
conocimiento público que los que exponen nuestro mensaje lo hacen fundamentados
en dadivas y no en realidades que se logran parpar. Lamentablemente ese estilo
de inversión política en comunicación se ha hecho usanza, pero apuesto a que
debe cambiar.