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A Manzanillo le arrebataron el alma

Merodear sus calles la delatan: parecería que le arrebataron el alma. Suele ser así. Primero llegan y la cubren de gloria y cuando se m...


Merodear sus calles la delatan: parecería que le arrebataron el alma. Suele ser así. Primero llegan y la cubren de gloria y cuando se marchan, no dejan más que las migajas, la lástima, el olvido. Como sucedió con Macondo, aquel pueblo mágico creado por García Márquez por primera vez en La Hojarasca. Sus similitudes me inquietan a tal modo, que no puedo evitar compararles. Ambos pueblos ubicados en la costa, ambos vivieron sus mejores años gracias a una compañía bananera, ambos quedaron a la deriva cuando se fue de prisa, con o sin justificación. Macondo existe. Está aquí.

“De repente el sol rompió la techumbre de hojas apretadas y duras, y un cuerpo de claridad cayó aleteando en la hierba, como un pájaro vivo... Es el Sol que ha salido con fuerza”.
Llegas por la única entrada que tiene el pueblo ubicado al noroeste de la provincia de San Fernando de Montecristi, y el silencio es inquietante (o quizá estoy condicionada al bullicio y la agitación de la ciudad). Demasiada calma; el pueblo parece imperturbable entre sus calles despobladas. Es martes. Pasan las 10:30 de la mañana y se alcanza a ver una camioneta pequeña con toda clase de verduras. Pero no hay una bocina interrumpiendo a las amas de casa para que salgan de prisa a aprovechar las ofertas. El dueño de aquel ventorrillo ambulante está de pie, seleccionado o limpiado su mercancía, como si tuviera toda la vida para hacerlo.

Llegamos al único destacamento de la policía que hay. Nos detuvimos para preguntar sobre un tema obligado en todo el país (y el mundo): la seguridad. Cuando llamamos a ver quién nos podía atender, sale un hombre vestido de policía y digo esto porque todavía no concibo que pueda serlo. Me basta con hacerle la primera pregunta: “Buenos días, somos periodistas y queremos conocer cómo son los días aquí en Manzanillo...” para darme cuenta que “no está bien”. Con dificultad entendemos que “El comandante” ha salido o está en alguna reunión “importante”. Insisto: “Solo queremos saber si tienen mucho trabajo... cuál es el nivel de delincuencia aquí en Manzanillo...” Le tiemblan las manos y el cuerpo, responde de forma torpe e incoherente, por lo que no logramos entender con claridad. Al fin aceptamos que no puede ayudarnos. Le tiemblan las manos y el cuerpo, responde de forma incoherente. Nos alejamos desconcertados.

Bajamos los cristales de la camioneta y nos dejamos inundar por el olor a agua salada y a olvido. Sopla una brisa fresca; el cielo está completamente despejado como las calles por las que transitamos y el sol brilla intensamente. El mar de varios azules se mueve con un silencio cauteloso. Toda aquella tranquilidad parece orquestada.
Sobre la arena de la playa yacen algunas embarcaciones. Vemos a lo lejos un pescador, dos. El lambí o carne de caracol gigante, es uno de los frutos de esta costa que hace menos de medio siglo era la más importante de la zona. De su pesca junto a otros pescados, vive aún medio poblado de Manzanillo. Otros, como Chelo Tineo, trabajan en el muelle porque la pesca deja poco, (RD$100 o RD$200) y no dan para mantener una familia. Además, como es empleado de Marítima Dominicana tiene seguro médico, una ventaja sobre mucho de sus compueblanos.

Chelo carga los barcos que llegan al muelle subido a una grúa: “salen furgones de carga semanal: viene uno el miércoles y se va el jueves en la mañana; vuelve otro y se va al otro día (viernes) en la noche y vuelve otro el sábado y se va el mismo día porque solo carga los contenedores y se va de una vez. Se llevan principalmente banano a Europa. Ellos (los barcos) vienen a buscar no a traer”. Es mediodía y hay unas diez personas reunidas frente al mar (sin contar los niños, algunos esperan para ser llevados a la escuela); conversan o se miran entre sí, en silencio. Otras juegan al dominó.

“El agua aquí es un problema”, se queja Chelo, que tiene sus 41 años de vida viviendo en esa localidad. Me explica con cierta indignación que en Alto de la Paloma, uno de los barrios de Manzanillo, no llega el agua desde hace poco más de un año. La gente tiene que comprar camiones de agua por RD$50. Ésto, porque con la construcción del Acueducto de la Línea Noroeste no les hizo un tanque: “Solo está el que construyó la Grenada. El proyecto es un desastre”, recuerda.

Ciertamente, se refiere a la primera obra llevada a cabo por el consorcio brasileño Norberto Odebretch y Andrade Gutiérrez en el país, a un costo de RD$8,305,683,543.00 (RD$ 8,300 millones), inaugurada en julio de 2007, en el segundo gobierno de Leonel Fernández. Se suponía que dicha obra resolvería el problema de abastecimiento de agua de las comunidades que pertenecen a las provincias de Dajabón, Santiago, Valverde, Santiago Rodríguez y Montecristi. Salvo estos dos problemas, nada más les preocupa.

Hay una escuela básica y un liceo para la secundaria. A los jóvenes que van a la universidad los envían a la regional de UTESA en Dajabón. Cuentan con un hospital que da “los primeros auxilios”, pero la mayoría tiene que trasladarse a Montecristi para ser atendido. Dice que hace unos 20 años se inició la construcción de otro centro de salud pero se ha quedado en bloques: “Tú sabes, esto es cuando venga la política. Le lavan la cara, pasan cuatro años más, viene otro y vuelven y le lavan la cara. Así es el Gobierno”.

Terminamos la entrevista. Apago la grabadora y con el corazón contagiado de nostalgias y melancolías, intento abrirle paso a la primera despedida. Guillermo Soriano nació en 1952, en medio de la bonanza que trajo la Grenada Company a Manzanillo. Él lo sabe bien y lo recuerda apartando su mirada de mí y fijándose en algún punto en el patio de la estación de bomberos, como si tratara de construir con la mente aquellos días: las reuniones después del trabajo con los jefes de la Grenada, el centro comercial, el club recreativo, la compota que se hacían con el banano para exportar a los Estados Unidos...

Para eso llegó y se estableció la Grenada Company en Manzanillo en el 1946: para exportar principalmente banano, un producto que cobró un valor importante en el mercado internacional una vez terminada la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

En los 60 ya embarcaban otros frutos como el pepino, el tomate, los ajíes. También tenían ganadería, leche para hacer mantequilla y queso, para el que la compañía trajo “un ruso” que se encargó especialmente de ese departamento. También vendían carne. Todo era destinado a los manzanilleros. En la bodega o pequeño centro comercial había juguetería, una farmacia, una fábrica de hielo... se vendían prendas y alimentos.

Guillermo dice que posterior a la muerte de Trujillo, más o menos en 1965, comenzó a suceder “algo raro”: “Los trabajadores empezaron a crear pactos colectivos para reclamar aumentos de salarios por el embarque. Encontraron que tenían mucho tiempo que no se revisaba; imagínate, en un Gobierno dictatorial, que lo que decía la empresa eso se hacía. Los trabajadores cuando se organizaron empezaron a exigir sus derechos. De su lado la empresa entendió que se excedieron: primero, hicieron un paro, por el que se perdió casi un millón de racimos de guineo. Eso fue excesivo. Después vino el problema de las reclamaciones que hizo el país... realmente se volvió un desorden”.

En este momento Guillermo hace una pausa. No está molesto; indignado quizá: “el dominicano pensaba que todo lo que habían dejado “los Trujillo”, que era del país, lo querían desbaratar, querían acabar con todo lo que había. Y eso era del pueblo, era nuestro”.

Esta situación, me explica, forzó a la Grenada Company a salir del país poco a poco: “Se estableció en la capital (Santo Domingo), hacían algunos embarques. Ya para el 65 se estaban retirando totalmente del país, antes de la revolución de abril.

“Después de la guerra, cuando vinimos a Macondo y apreciamos la calidad de su suelo, sabíamos que la hojarasca había de venir alguna vez, pero no contábamos con su ímpetu”.

Se puede decir que Manzanillo fue el resultado del trabajo que hizo en su momento la Grenada Company, empezando por las oportunidades de empleo de las que se carece ahora. “Hay promedio un 85% de desempleo”, estima Guillermo Soriano, el actual jefe del cuerpo de bomberos y figura muy importante en aquel lugar remoto, que alguna vez vio una luz, que se apagó y de la que solo quedan sombras.

Entonces, ¿qué pasaba en ese tiempo?

“Que la misma empresa les daba la oportunidad de preparar a los muchachos. Ellos pagaban a los maestros en las escuelas públicas. El Estado no tenía nada que ver con eso aquí. Había transporte para los estudiantes, tanto para los hijos de los empleados del campo como para los de aquí. Ya para el bachillerato tenían que irse a Montecristi o a Dajabón, porque la escuela solo llegaba hasta octavo curso. Pero tenían una escuela de inglés, mecanografía, archivo y contabilidad. Eso también lo cubrían ellos. Y la medicina. El hospital de Manzanillo era el mejor en la zona, el que tenía más avances médicos. Se realizaban operaciones de apéndice, cesáreas...”

Sigue hablando sin mirarme. Sigue queriendo reconstruir el pasado con cada palabra, con cada recuerdo... hay un brillo casi extinto en sus ojos. Casi.

“Entonces, si comparas ahora y después, nosotros antes estábamos mejor, porque teníamos todas esas facilidades que hoy no tenemos. El manzanillero pensaba en mandar sus hijos a la universidad, tenía cómo pagarlo, ahora no hay cómo. Ahora se ha perdido ese deseo por el desarrollo... Desde que Grenada se fue estamos parados. Aquí no se avanza. Es como cuando te ponen un muro; te paras frente a él te devuelves, pero luego chocas con el otro muro... el antes y el después”.

¿Por qué no hay avance?

“Llegó a la mano de los políticos y ellos hicieron lo que les dio la gana con Manzanillo. No un partido: todos los políticos. Hoy no tenemos un plan de desarrollo definido, por 20 años, por cinco, por 10... lo que sea, porque si te pones a pensar en base a qué lo vamos a hacer, tenemos que montarnos todos en una guagua y arrancar para hacer un plan de desarrollo. Pero la comunidad no se logra unir para hacer ese plan y que podamos decir, tenemos agua, electricidad segura, salud, escuelas, escuela laboral para los que no pueden ir a la universidad. Tenemos jóvenes que no pueden ir a la universidad y se quedan aquí en Manzanillo. Con ese ocio que tienen, ¿a dónde van a parar? A las drogas... qué sé yo. Están sin hacer nada, dando vuelta aquí en el pueblo. Esos muchachos pueden hacer cosas malas. Hasta ahora no es así. Tenemos el pueblo más seguro que hay en la zona. ¡Eso es increíble!

Solo tenemos un policía donde hay entre 7 o 8 mil de habitantes en la cabecera, con los campos llegamos a 12 mil y tanto, ¡para un solo policía! ¿Entiendes? Se nota lo seguro que ese este pueblo. Tu vehículo puede amanecer en la calle y nadie lo toca. Las mujeres salen a caminar a las 5am y nadie las toca. Y el que se atreva es “cogido” seguido porque todos saben quiénes son. La gente es muy amable, trata de socializar. Por eso me gusta mi pueblo, por lo tranquilo.

¿Podría decirse que se han acomodado a esta realidad?

Sí.

Es bueno, malo...

Puede ser malo, porque sabes que si no tienes deseo de superación, de ser emprendedor, de hacer cosas nuevas... si no defines eso en tu vida, no puedes estar todo el tiempo sentado o durmiendo. Este es un pueblo que duerme todavía mucho”.

Su idea es aprovechar ese comercio de Haití y República Dominicana “para que Manzanillo sea realmente un puente especial para eso. Tenemos aduanas, muelles... que sea legal”.


¿La idea?

Que de esos racimos de guineo que quedan de los rechazos que venden en la finca de nuestros productores a nivel regional, se les pueda vender a ellos. De intercambiar productos con Haití, que para ambos puede ser bueno. Eso es un dinero que puede entrar fresco al país pero también puede servir de desarrollo para el municipio. Que todas las islas Caicos y Turcas, Inagua, que venían a comprar antes, sigan haciéndolo. Que una señora con 4 o 5 hijos pueda vender fundas de hielo a los haitianos y levante su comida del día. Pero esa señora ya no tiene que ir detrás de “personas”, ni políticos.

¿Para lograrlo?

Se están formando grupos, como COPADEMA -Comité de Desarrollo para el Municipio de Manzanillo-. Creemos que cuando terminemos ese plan de desarrollo lo vamos a poner seguido en marcha y vamos a salir hacia adelante. Creemos en las nuevas generaciones, lo que debemos hacer los más adultos es ser puente para que ellos caminen por encima, estar a su lado para ayudarles. Pero son los jóvenes que deben echar adelante, no solo Manzanillo, sino todo el país.