Por Néstor Estévez. Con altísima frecuencia ocurre que nos dedicamos tanto a determinadas actividades que perdemos la noción del paso del ...
Por Néstor Estévez.
Con altísima frecuencia ocurre que nos dedicamos tanto
a determinadas actividades que perdemos la noción del paso del tiempo y relegamos
actividades tan importantes como alimentarnos o descansar.
Es en atención a ello que, a modo de sana
contribución, he decidido ocuparme de recordar un tema que parece se ha ido
olvidando.
Quizás por tanto trabajo y posiblemente con cierto
empeño en garantizar la agilización de tantas soluciones a necesidades urgentes
de la población, con énfasis en las zonas más apartadas y marginadas del país,
es posible que nuestros legisladores estén olvidando un asunto que hace poco
estuvo en la palestra.
Habría que suponer que la faena para decidir a cuál
partido corresponde la segunda mayoría senatorial ha implicado desde revisión
de aquellos aportes de los egipcios a la aritmética y la geometría hasta el uso
de algún ábaco chino, sin dejar de lado la opinión de algún experto en cuentas.
Y ni decir sobre lo que habrá implicado renovar la
Junta Central Electoral, con casi un mes de intensa labor de revisión de
perfiles y hasta teniendo que escuchar ciertas comiquerías de más de
trescientos aspirantes a formar parte del organismo encargado de administrar y
conducir las elecciones de las autoridades gubernamentales.
En la Cámara de Diputados, de su lado, aunque han
recibido algunas visitas no gratas, con rotura de cristales y otros detalles similares,
se han ocupado con cuestiones como la edad a la que se debe permitir el
matrimonio en el país.
El temor es que, con tan intensa labor, con la
pandemia por sus fueros, con la proximidad de la Navidad y el fin de año en
tiempos enrarecidos, entre otros temas, los legisladores se olviden de aquel
proyecto anunciado por la Senadora del Distrito Nacional para “eliminar los
fondos asociados al llamado barrilito”, en coherencia con sus reiteradas críticas
al “uso discrecional, clientelar y apartado de las funciones del legislador”.
En ese sentido es muy útil recordar que el Artículo 93
de nuestra Constitución establece las atribuciones del Congreso Nacional. Todo
lo expresado ahí se puede resumir en tres funciones generales: legislar,
fiscalizar y representar a sus respectivas demarcaciones.
También es oportuno retrotraer que República Dominica
está entre los países de América Latina con mayor gasto legislativo. Así lo
expresa un informe preparado por el Centro Regional de Estrategias Económicas
Sostenibles (CREES), correspondiente al 2019.
Se trata de un interesantísimo estudio publicado con
el título “El costo de los congresos de América Latina 2019”. Para ese trabajo
analizaron 17 países. Nosotros aparecemos en séptimo lugar con mayor gasto
legislativo, con un monto ejecutado ascendente a US$151 millones; y en cuarto
lugar, en términos relativos.
El estudio revela que “el Fondo de Compensación
Social, también conocido como el “cofrecito” y el “barrilito”, es un componente
importante del gasto legislativo”. Esa “función” (ajena a los legisladores,
según la Constitución) implicaría gastar en el 2021 “unos RD$691.6 millones,
repartidos entre la Cámara de Diputados y el Senado, en un 66.7% y 33.3%,
respectivamente”.
El informe del CREES tiene datos muy útiles. Por
ejemplo, en cantidad de legisladores por habitantes, República Dominicana, con
21 legisladores por cada millón de habitantes, solo es superada por Uruguay,
con 37 congresistas por cada millón de habitantes.
Cabe indicar una diferencia muy marcada entre los dos
países con posiciones cimeras: en Uruguay, un senador emblemático renuncia a su
cargo y hasta se retira de la vida política. Alega dos razones: la pandemia no
le permite realizar bien la labor de representación, y hay que dar paso a las
nuevas generaciones. ¿Algún legislador llegaría a ese nivel de decoro en este
país?
Insisto en que no estoy expresando nada nuevo. Solo se
trata de algunos recordatorios. Tampoco espero que me lo agradezcan. Solo procuro
que no se vaya a olvidar un tema que trascendió hace poco, pero que
posiblemente estos afanes de la vida moderna y tener que esforzarse tanto en
sus labores provoquen que se quede sin cumplir.
Parece que se impone que nos detengamos para organizar
el trabajo, estableciendo prioridades y asumiendo las transformaciones que darían
sostenibilidad y aportarían al equilibrio de que precisa el ensayo de
democracia que vive la República Dominicana.