Por Néstor Estévez. El cambio de año es propicio para muchas cosas. Celebraciones, visitas, regalos, brindis e invitaciones caracterizan l...
Por Néstor Estévez.
El cambio de
año es propicio para muchas cosas. Celebraciones, visitas, regalos, brindis e
invitaciones caracterizan la ocasión.
Por eso aprovecho
para invitar. Para corresponder a esta invitación no hace falta mascarilla, ni
distanciamiento y mucho menos rigurosa higienización. Eso sí, mucha gente
podría encontrarse muy rara la convidada. Rara, porque se trata de una
actividad que parece ir aceleradamente hacia la extinción. Es una invitación a
pensar.
El asunto
viene de lejos. A juzgar por lo que dijo Cicerón, escritor, orador y político
romano, que vivió antes del nacimiento de Cristo: “Pensar es como vivir dos
veces”. De ahí podemos sacar dos conclusiones rápidas: ya para ese tiempo se
entendía lo ventajoso de pensar, y es evidente que había gente que no lo hacía.
Aristóteles,
también antes de Cristo, se adelantaba a Gracián y El arte de la prudencia, con
aquello de: “El sabio no dice todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo
que dice”.
Pero mucho
antes de eso, en el lejano oriente, ya Confucio había establecido interesantes
relaciones entre pensar y aprender. El más citado filósofo chino estaba
convencido de que “Aprender sin pensar es inútil. Pensar sin aprender,
peligroso”.
Ya en nuestra
era, un italiano, contemporáneo de Cristóbal Colón, Leonardo Da Vinci, pintor,
escultor e inventor, sentenció: ”Quien poco piensa, se equivoca mucho”. He ahí
una muestra de que a alguien le habían salido mal las cosas por no pensar o por
hacerlo poco.
Poco tiempo
después, un francés con aportes extraordinarios al pensamiento occidental
llegó, si no al extremo, muy cerca, con eso de pensar. “Pienso, luego existo”, sentenció
el filósofo y matemático René Descartes.
Asumo que
muchos, con sus razones, pueden estarse preguntando ¿cuál es el asunto con eso
de “pensar”? Y ante semejante inquietud, algunos ejemplos pueden resultar
edificantes. Y todavía más: hacerse preguntas es muy buen indicio. Por eso
felicito esa muestra de potencial para el pensamiento.
Cuentan que
precisamente el hecho de observar que teníamos (y seguimos teniendo) el dedo
pulgar en sentido vertical con relación a los demás, nos abrió la oportunidad
para empuñar. De ahí se pasó a usar algunas de esas cosas que podíamos agarrar,
como extensiones de nuestro cuerpo. Y eso nos hizo pensar.
A partir de
ahí, esa capacidad marcó una diferencia clara en relación con otros seres vivos
que no logran hacerlo. Se les conoce como animales irracionales porque no
“entran en razón”, sino que actúan por instinto y nada más.
Como regla
general, los seres humanos estamos dotados de ese admirable potencial. Claro
está que en eso se hace evidente aquella sentencia de “órgano que no se usa, se
atrofia”. Por eso, mientras menos pensamos, más oportunidad concedemos a la
actuación por instinto, a la usanza de esos otros seres vivos a los que se
considera inferiores.
Ahí juega un
papel fundamental la denominada inteligencia, asumida como “capacidad para
entender”. Modernamente se habla de varios tipos de inteligencia, y entre ellos
destaca la “inteligencia emocional”.
El psicólogo
estadounidense Daniel Goleman señala cinco principales componentes de la
inteligencia emocional: autoconocimiento, referido al conocimiento de nuestros
propios sentimientos y emociones, y autocontrol emocional, que nos permite
reflexionar y dominar nuestros sentimientos y emociones.
Los otros
tres componentes referidos por Goleman son: la automotivación, que nos ayuda a
poner nuestra atención en las metas en vez de en los obstáculos; el
reconocimiento de emociones en los demás, que nos sirve para lograr empatía o
para evitar confrontaciones, y las relaciones interpersonales o habilidades
sociales, con alta incidencia en áreas como el desempeño laboral.
Visto así
vale preguntarse, lo cual ayuda a seguir cultivando el pensar: ¿Cómo estará la
inteligencia emocional de un militar que, habiendo ocupado posiciones de
altísima responsabilidad, entre las que destaca dirigir un centro de formación,
se enfrasca en una discusión intentando solapar que ha violado la ley?
Y así podemos
seguir ejercitando el pensamiento con más preguntas: ¿Cómo estará pensando un
legislador que llega al extremo de agredir a una mujer policía en el
cumplimiento de su deber, solo por escudar a protegidos suyos? ¿Cuál será el
nivel de pensamiento de quienes desafían a la autoridad y a la pandemia, al
contravenir las orientaciones más sensatas relacionadas con la situación
sanitaria mundial?
En
definitiva, aunque para muchos esté pasado de moda, se impone que cultivemos el
pensar.