Por Néstor Estévez. Hasta el propio presidente Abinader ha admitido que ya estamos cansados de la pandemia y de las restricciones a que no...
Por Néstor Estévez.
Hasta el
propio presidente Abinader ha admitido que ya estamos cansados de la pandemia y
de las restricciones a que nos hemos visto obligados por Covid-19.
Ya se sabe
del dolor de perder a familiares y amigos, por la pandemia o por otras causas,
sin poder ni siquiera despedirlos como es costumbre. Ya se sabe lo que ha
significado para muchas personas con necesidad de acudir a centros de salud,
pero con temor de hacerlo en este tiempo de pandemia.
Ya se sabe de
lo que en términos económicos han referido desde organismos internacionales
hasta autoridades nacionales. Lo sabe cada persona que se ha visto precisada a
“arroparse hasta donde la sábana le alcance”, como consecuencia de la pandemia.
En términos sanitarios,
económicos y sociales nos ha correspondido vivir una etapa que nos remite a
lugares y tiempos muy remotos, al menos para las grandes urbes que concentran
la atención a nivel mundial.
Aun teniendo
como referentes más recientes al Virus de la Influenza A (H1N1), en 2009, el
Virus de Inmunodeficiencia Humana, VIH, mejor conocido por el mal que
desarrolla (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, SIDA), con casi cuarenta
millones de muertes, o el virus de la gripe A (H2N2), que provocó un millón de muertes
a mediados del siglo recién pasado, el principal símil para la actual pandemia
ha sido la mal llamada Gripe Española.
Por lo menos
ha servido para esclarecer que la pandemia iniciada en marzo de 1918 no merecía
ese nombre. Sencillamente, la posición de neutralidad asumida por España
durante la Primera Guerra Mundial permitió que la información sobre la pandemia
circulara con libertad. Eso provocó que lo descubierto en un hospital de
Estados Unidos se mantuviera como “secreto de guerra”, tanto en ese país como
en los demás envueltos en la conflagración, sin importar la cantidad de muertes
que iba provocando.
Ese sentido
del secreto impide incluso determinar con precisión la cantidad de muertes
provocadas por esa pandemia. Las cifras van desde los veinte hasta los cien
millones de seres humanos.
Hemos sido “cabeza dura”.
Pero ha sido
muy difícil que aprendamos. El saber popular dice que “los tropezones hacen
levantar los pies”. Aun así, ni las pandemias, con sus secuelas letales, han
servido para que asumamos actitudes más lógicas ante una realidad que está
provocando tantos cambios y promete provocar muchos más.
En el siglo
pasado lo advirtió Aldous Huxley. Este escritor y filósofo británico, que
emigró a Estados Unidos, nos restregaba que "quizá la más grande lección
de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia".
En efecto, el
coronavirus SARS-CoV-2, responsable de la enfermedad Covid-19, ya ha infectado
a más de cien millones y matado a más de dos millones de personas. Pero, a juzgar
por las actitudes generalizadas, no estamos demostrando haber aprendido lo
suficiente como para superar la actual pandemia y afrontar de manera exitosa
otras que puedan venir.
De un lado, según
un reciente estudio de la organización Oxfam, las ganancias combinadas de las
10 personas más ricas del mundo, durante la pandemia, bastarían para evitar que
los habitantes del mundo caigan en la pobreza a causa del virus y pagar una
vacuna para todos.
Por otro lado,
excesos por parte de autoridades, actividades que van desde bodas glamorosas
hasta “juntes” barriales o en la playa, entre otras muchas acciones lamentables,
se convierten en claras muestras de sinrazón.
Pero también
esa irritabilidad que se evidencia en situaciones como acribillar a una pareja
por un simple roce de dos vehículos deben representar un reto para afrontar lo
que llaman “cuarta ola”, en alusión a los problemas de salud mental que, según
pronósticos, afectarán al 30 por ciento de la población.
Ya es hora
para que revisemos nuestras acciones en torno a la pandemia. Ya es hora para
que, ante tantos memes y otros mensajes que no hacen más que desinformar,
infundir miedo e inhabilitar a quien los asume como “pan nuestro de cada día” y
hasta como una forma de “divertirse”, encaremos con criterio lógico y humanista
esta realidad.
Quizás si las
autoridades y muchas de esas empresas que han dado muestras de que su
compromiso va mucho más allá de ofrecer buenos productos y/o servicios disponen
de vías para apoyo psicológico, comenzaríamos a mostrar que un mundo mejor es
posible y está queriendo nacer.
*El título
de este escrito es una expresión muy frecuentemente usada por el salsero Yiyo
Sarante.