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¿Podría Remigia resolverlo?

 Por Néstor Estévez. Remigia era una mujer de fe. Ella clamó por agua. Pero “se le fue la mano” al pedir. Y eso le provocó serios problemas....

 Por Néstor Estévez.


Remigia era una mujer de fe. Ella clamó por agua. Pero “se le fue la mano” al pedir. Y eso le provocó serios problemas. 

Remigia es el personaje principal en un cuento escrito por Juan Bosch en 1937. Muchas peripecias por falta, y también por exceso, de agua son narradas por el notable literato criollo en “Dos pesos de agua”.

En el cuento se retrata las penurias que sufrían habitantes de la zona rural dominicana de hace poco menos de cien años, con gran descuido del Estado y contando con la fe como único refugio para esperar lo mejor, aunque todo indicara que se vivía lo peor.

Hace menos tiempo se comenzó a decir que las próximas guerras ocurrirían por agua. Y escuchar eso parecía sumamente exagerado. Quienes lo decían se apoyaban en la idea de que el deseo de controlar las zonas con mayores reservas petroleras iría siendo relegado para que otra riqueza se convirtiera en “manzana de la discordia”: nada más y nada menos que el denominado líquido vital.

De la primera gran guerra, aunque se dice que la detonó el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro, el 28 de junio de 1914, en Sarajevo, las reales motivaciones están relacionadas con ciertas alianzas para lograr mayor control por parte de los países o imperios hegemónicos de aquel momento.

De la segunda puede decirse que los resentimientos provocados por la forma en que se “solucionó” la primera, se encargaron de alimentar un conflicto que incluyó la famosa crisis de 1929 y la presión suficiente para provocar otra recomposición de la hegemonía en el mundo.

Superada esa etapa, y teniendo a la Organización de las Naciones Unidas como garante de lo que no pudo mantener la Sociedad de Naciones, la siguiente etapa incluyó la denominada Guerra Fría y nuevas modalidades de ataque, siempre por hegemonía y con especial énfasis en la explotación de ciertas riquezas naturales, incluyendo petróleo y otros combustibles fósiles.

Aunque se decía, parecía mentira que habría de llegar el tiempo en el que se pelearía por un líquido del que, hasta hace poco, se decía que “no se le niega a nadie”. 

Quizás la primera indicación de una nueva etapa fue el hecho de pasar de no negársela a nadie a venderla en funditas. Aunque ya había pasado la etapa de “el agua es vida, no la desperdicies”, la depredación de cuencas y la mala gestión de ese recurso vital han ido dando como resultado lo que parecía, más que remoto, imposible.

Encontrarse un titular de prensa aludiendo a una comprometedora declaración que desafía y atiza confrontación entre vecinos, o recibir reseñas mediáticas dando a conocer de conflictos en una provincia con tanta riqueza hídrica como Santiago Rodríguez, son señales que debieran llamar grandemente la atención. Pero también deben mover a acciones consensuadas y bien orientadas.

Este tema, como muchos otros, sirve para “desatar los demonios” en contra y a favor de Haití. Hechos como la separación de 1844, el degüello de Moca, el apoyo haitiano para la Restauración o la Guerra de Abril y la matanza del 37 suelen ser usados para alimentar tanto afinidad como repulsión entre ambos países.

Y de Santiago Rodríguez, ¿qué decir? Que es, precisamente, la provincia en donde nace la principal fuente de agua para Haití: el Río Artibonito. Que es una provincia grandemente rica en recursos hídricos, pero sin acciones consensuadas para la adecuada gestión de esa riqueza.

Como muestra de ello cabe citar el caso de la Presa de Monción, que a quien menos sirve es a la provincia que aporta el agua. Incluso, tanto en Monción como en Sabaneta se sufre falta de agua. En el primer caso, por deficiencia energética. En el segundo caso, porque cuando se amplió el acueducto ya el río languidecía.

Remigia, en el cuento de Bosch, se aferró a la fe. Los dos países que comparten la isla de Santo Domingo necesitan algo más. Con todo y que uno cuenta con mayor riqueza hídrica que el otro, ambos tienen grandes tareas por hacer. Ambos tienen en Santiago Rodríguez una muestra de lo que suele ocurrir cuando, aun con gran riqueza, la mala gestión se convierte en norma.