Por Néstor Estévez A quienes nunca han necesitado hacer uso del transporte público, lo más seguro es que haya que explicarles las tres p...
A quienes
nunca han necesitado hacer uso del transporte público, lo más seguro es que
haya que explicarles las tres palabras que ponen título a este escrito.
Sencillamente
se trata de una especie de punto medio para lograr un entendimiento entre el
conductor y el usuario del transporte público.
En cierto
modo, el criterio del conductor se impuso ante usuarios que pretendían desde
pedir una parada como si se tratara de tirar de la brida de un caballo o como
si para nada importara que el desplazamiento ocurriese por un carril central o
se estuviera transitando por algún tramo en el que se ha prohibido detenerse.
Ante el
“déjame aquí” o “en la esquina, chofer”, los conductores terminaron imponiendo
el “donde puedas, chofer”.
Vale recordar
que la parada, cuando no está establecida, puede ser solicitada por diversas
razones. Por haber llegado al destino, por recordar algo que te hace devolver, por
reparar en algo o alguien que te provoca interrumpir el desplazamiento, porque
se haya presentado una emergencia y hasta ante una situación que te expone a
inminente peligro son razones para pronunciar el socorrido “donde puedas,
chofer”.
Ahora, ante
la creciente violencia que vivimos, situación que nos expone a gran diversidad
de peligros, se hace cada vez más necesario y urgente que pidamos una parada.
Cierto es que
el común de la gente solo repara en lo que eso significa cuando le toca de
cerca. Mientras se trate de algo a lo que se pueda decir “que por allá pegue y
aquí no llegue”, se acostumbra a asumir el clásico “eso no es asunto mío”. Cuando así se opera, muchas veces se llega a caer
en la cuenta cuando ya es demasiado tarde.
Eso provoca
que la mayor parte de la gente no asocie las conductas violentas con estímulos
como el tipo de música o el contenido de los videos o películas que vemos.
El común de
la gente no repara en que cada estímulo recibido por el cerebro genera
sentimientos y emociones que son parte de un proceso que incluye conductas y
consecuencias.
Y es
entendible porque la velocidad a la que se nos ha sometido en la modernidad,
para algo que se hace necesario revisar si se ha de seguir llamando vida, no
nos permite el tiempo que necesitamos para procesar la inmensa mayoría de los
estímulos que nos llegan.
Por ahí hay
que dar seguimiento y buscar explicaciones a los hechos violentos de los
últimos días, así como también a los correctivos que necesitamos con suma
urgencia. Recordemos que el propio Presidente de la República, a raíz del
asesinato de Orlando Jorge Mera, expresó que “esta sociedad se está enfermando
y por cualquier cosa se pelea”.
Profesionales
de la conducta han explicado que, ya para 2019, 20 % de la población dominicana
sufría de algún trastorno mental. A esa cifra se debe sumar el incremento de
ese mal a partir de la pandemia.
Ante semejante
cuadro, no es raro que ocurran hechos estremecedores vinculados a actuaciones
de personas que evidencian, aunque sea de manera momentánea, serios trastornos
de tipo conductual.
La velocidad
a la que nos llevan no nos permite identificar que acciones tan aparentemente
sencillas como abordar a alguien sin el uso de apelativo o con el uso de uno
inadecuado pueden convertirse en punto de partida para experimentar acciones
inusuales.
¿Qué
esperamos para pedir o hacer una parada que usemos para identificar y
clasificar los estímulos que condicionan nuestros sentimientos, pensamientos y
acciones?