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Por Néstor Estévez
“No hay peor
sordo que quien no quiere escuchar”, dicen por ahí.
Mucho se ha
explicado la diferencia entre oír y escuchar. Ya se ha dicho que tenemos dos
orejas y una sola boca, lo cual debe ser indicativo de la pertinencia de hablar
la mitad de lo que se escucha.
Se ha
explicado que escuchar mejora la comunicación. Nos han dicho que uno de los
beneficios de escuchar es que logramos entender qué piensa, siente y quiere
transmitir la otra persona. Entre otros beneficios de escuchar citan que
aumenta el aprendizaje, estrecha vínculos entre las personas y hasta mejora la
salud mental.
Pero de muy
poco ha valido todo eso. De manera creciente, la gente se empeña en disparar
cual pistolero enfurecido, no tanto para hacer valer su criterio y mucho menos
para lograr entendimiento sino como para “tomarse muy a pecho” eso de que ahora
“todos comunicamos”. Penosamente, sobra gente convencida de que, para
comunicar, solo hay que emitir mensajes.
Y lo real es
que, aunque mucha gente no lo asocia, ese modo de proceder es la fuente de
muchísimos problemas de la sociedad actual.
Para tener un
punto de partida sobre la importancia de escuchar, solo iniciemos por el hecho
de que es imprescindible para aprender a hablar. Y si se requiere más, ¿qué tal
si reparamos en que solemos convertirnos en el promedio de las cinco personas
con las que más interactuamos? Es que la comunicación, entre otros muchos
beneficios, sirve para que nos mantengamos humanos. Y la comunicación, por más
que se empeñen en negarlo, implica escuchar.
Para quien
realmente pretenda lograr entendimiento con las demás personas, como base para
el equilibrio que permite avanzar, escuchar ha de ser de altísima importancia.
Es que escuchar implica alto grado de atención y facilita alto nivel de
comprensión de lo que dicen las otras personas
Es por ello
que, a modo de apoyo, ofrezco algunas caracterizaciones que sirven para medir
nuestro nivel de escucha y, con ello, la oportunidad para identificar
fortalezas y retos que se relacionan con eso que nos hace mejores al comunicar:
nuestra capacidad para escuchar.
Los
estudiosos han ubicado cuatro niveles de escucha: superficial, selectiva,
activa y empática, con sus respectivas caracterizaciones. Hurgar en esos
niveles es valiosísima clave para conocer nuestro avance y también, si de
verdad se quiere crecer, identificar oportunidades de mejora. En esta
clasificación se excluye una especie de “nivel cero”, que consiste en
simplemente oír. En el habla popular, ese nivel se suele caracterizar por la
expresión “me entra por aquí y me sale por aquí”, en alusión a cada oreja.
En el primer
nivel, conocido como “escucha superficial”, la atención se centra solo en las
palabras que se están diciendo, pero no se profundiza en el significado detrás
de ellas. En esa modalidad se suele perder el contexto y las emociones
subyacentes.
Un segundo
nivel, denominado “escucha selectiva”, implica prestar atención sólo a ciertas
partes del mensaje e ignorar otras. Un ejemplo muy frecuente lo encontramos en
quienes están muy pendientes del teléfono móvil mientras interactúan. Cierto es
que esa modalidad puede ser útil para filtrar información relevante, pero
también puede resultar perjudicial si se pierden detalles importantes. Depende
a qué se le presta la debida atención.
En el
siguiente nivel, llamado “escucha activa”, se presta atención completa a la
persona que habla, se comprende su mensaje y se muestra interés genuino. Quien
lo aplica utiliza habilidades de comunicación verbal y no verbal con vistas a lograr
empatía y comprensión.
En la cima se
ubica la llamada “escucha empática”. En este nivel, además de comprender el
mensaje, se intenta entender las emociones y perspectivas de la persona que
habla. Se demuestra empatía haciendo preguntas y escuchando con atención las
respuestas. Regularmente sirve para brindar apoyo emocional.