Por Néstor Estévez Eso de “la mesita del teléfono” le puede parecer raro a muchas personas. Para quien haya vivido o hurgado en torno ...
Por Néstor Estévez
Eso de “la mesita del teléfono” le puede
parecer raro a muchas personas. Para quien haya vivido o hurgado en torno a esa
etapa previa a la irrupción de internet, el referido mueble le podrá resultar
desde conocido hasta muy familiar.
En ese tiempo había mobiliarios muy diversos
para colocar el teléfono. Desde uno en donde apenas cabía el equipo hasta otros
que, además de espacio para el dispositivo y hasta para un florero pequeño, disponía
de asiento para quien hablaba, un tope para colocar papel (regularmente, una
libreta) y un bolígrafo, así como otro espacio para colocar revistas o libros.
El asunto es que el entorno del dispositivo
estaba organizado para que en relación con una llamada telefónica se pudiera
mucho más que sólo hablar y escuchar.
Como es lógico, también existía la posibilidad
de que no estuviera en el lugar, ni en la cercanía, la persona a quien
procuraban por ese medio. Ahí encontraban sentido de oportunidad los
instrumentos para tomar notas.
En ese tiempo era completamente normal que una
llamada telefónica generara comunicación entre personas que compartían un
espacio físico y hasta entre vecinos, cuando no todos disponían de teléfono en
el sector. Era completamente normal que alguien acudiera a un lugar a esperar o
realizar alguna llamada.
A ello se sumaba, cuando el destinatario de la
llamada no estaba, una sugerente pregunta. ¿Le quiere dejar algún mensaje? Esa
pregunta podía ser respondida de muchas maneras. Entre ellas destacan: no,
gracias; solo dígale que llamé, y también la posibilidad de un mensaje con más detalles.
Esto puede ser entendido como simple expresión
de añoranza. Pero invito a que lo veamos con más riqueza. Propongo que
reparemos en cómo la tecnología ha cambiado la forma en que vivimos, trabajamos
y nos comunicamos. Hoy en día, usamos teléfonos inteligentes, redes sociales,
cámaras de seguridad y aplicaciones que nos facilitan la vida.
¿Sólo nos facilitan la vida o por algún otro
lado nos la complican? Lo real es que todo este avance tecnológico también ha
traído un problema importante: la reducción de nuestra privacidad, lo que de
por sí ya es bastante. Pero hay más. Vale preguntarse: ¿cómo esto afecta
nuestras relaciones con los demás y nuestro crecimiento personal?
Con el denominado “rastro digital” que dejamos
cuando navegamos en internet, con las fotos y videos que publicamos en redes
socialesy cuando, sabiéndolo o no, compartimos nuestra ubicación, que muchos
teléfonos rastrean o es un requisito para el “mejor funcionamiento” de ciertas
aplicaciones, nuestra privacidad va dejando de existir.
Las empresas y gobiernos utilizan esta
información para diferentes propósitos. Las empresas, por ejemplo, la usan para
ofrecernos publicidad personalizada, mientras que los gobiernos pueden usarla
para controlar actividades sospechosas. Aunque esto puede sonar útil, también
significa que no tenemos tanto control sobre quién sabe cosas de nosotros, y
menos aún sobre cuál será el uso que le dará a eso que sabe.
Como es fácil notar, estos adelantos
tecnológicos tienen su contrapeso. Esa agilidad para enterarse o hacer saber
también contribuye al deterioro de la confianza en las relaciones y hasta puede
terminar generando conflictos.
A ello se suma que cada vez son menos los momentos
privados.Cuando compartimos todo en redes sociales, desde nuestras comidas
hasta nuestras vacaciones, es fácil olvidar que no todo necesita ser público.
Esto puede llevar a que las relaciones pierdan su sentido de intimidad, ya que
los momentos privados se vuelven menos comunes.
Y todavía hay más: estos cambios terminan
limitando nuestro crecimiento personal. Recordemos que, como parte de su avance,
toda persona necesitaaprender, mejorar y sentirse cómoda con quién es. Pero la
reducción de la privacidad puede hacer este proceso más difícil.
Cuando todo es público, hasta los errores, tan
útiles para aprender y crecer, son aprovechados por cualquiera para frustrar
las posibilidades de crecimiento de quien los comete. A eso se suma la
reducción y hasta la inexistencia de tiempo para reflexionar. La mayoría asume
que “siempre hay que estar disponible”. ¿Cuándo piensa quien así opera? ¿Cómo
se relaciona todo esto con los crecientes problemas de
salud mental?
En definitiva, tenemos remembranzas, pero sobre
todo tenemos lecciones y tareas al remitirnos a la mesita del teléfono.