Por Néstor Estévez La que pone título a este breve escrito es una pregunta que debería acompañarnos como si se tratara de la vestimenta. C...
Por Néstor Estévez
La que pone título a este breve escrito es una
pregunta que debería acompañarnos como si se tratara de la vestimenta. Como es
más que evidente, este tiempo no está para menos.
Con tantos medios al alcance de cualquiera, con
tanto desconocimiento sobre la incidencia de los medios en las personas, con
tanta perversidad de gente que no escatima vías para lograr lo suyo y con la
ingenuidad con que muchos “le dan pa’llá” a todo lo que les llega, lo más
atinado es hacerse esa pregunta muy frecuentemente.
Es que, sencillamente, internet ha permitido
que cualquier persona con acceso a la red pueda crear y distribuir contenido. Algunos
hablan de “democratización de la información”. Lo real es que vivimos una etapa
con gran saturación de contenidos. Primero con internet y ahora con la IA,
tanto la velocidad como la cantidad de mensajes son “herramientas” para confundir
y manipular.
Antes de que internet se difundiera tanto, los
medios tradicionalestenían enorme y casi exclusiva incidencia en todo lo que
circulaba como mensaje. Ahora esos medios, como táctica para mantenerse, compiten
con una infinidad de nuevos medios que van desde las denominadas plataformas hasta
redes sociales.
Pero lo peor es que, con la proliferación de medios,
la calidad delos contenidosestá seriamente afectada. Con tanta gente que no se
pregunta “a quién creerle” sino que simplemente cree y “le da pa’llá”, la
inmensa mayoría de medios sólo está enfocada en la cantidad de “tontos útiles” a
embaucar.
Las plataformas digitales, especialmente las
redes sociales, utilizan algoritmos que priorizan el contenido que genera más
interacción. Por eso abunda tanto el contenido basado en estímulos emocionales.
Por eso usan noticias impactantes, polémicas, chismes y otros recursos reñidos
con los escrúpulos.
Y para que sea peor, con el uso de las
denominadas "burbujas de filtro" logran dos propósitos siniestros: el
primero, que quienes no acostumbran a hacerse preguntas solo vean contenido que
refuerza sus creencias; el segundo es que,logrado ese primero, se polarice la
sociedad y se dificulte lograr acuerdos.
Lo que ocurre es que gente inescrupulosa se
dedica a promover noticias falsas (fakenews)
y contenido sensacionalista. Esa gente se siente “en su agua” con esos
contenidos porque apelan a emociones como el miedo, la ira, la burla o la
indignación. Eso solo deja de funcionar cuando las personas desarrollan la capacidad
de discernir entre información veraz y contenidos para manipular.
Para contrarrestar esa corriente, nada mejor
que fomentar la educación mediática y el pensamiento crítico. Eso solo se
detiene con personas que aprendan a usar herramientas para evaluar la
credibilidad de las fuentes y entender cómo funcionan los algoritmos que
moldean su consumo de información.
Hace falta detenerse y entender que vivimos en
una era de sobrecarga informativa, de infoxicación, donde el volumen de datos
disponibles es abrumador. Eso dificulta la capacidad de las personas para procesar
y analizar la información de manera crítica. Con eso, la atención se fragmenta,
y es más fácil caer en la superficialidad.
Vivimos una etapa en la que el empeño por la
inmediatez de las redes sociales y la cultura del "clic" fomentan
respuestas impulsivas en lugar de reflexivas. Por fortuna, también hay
movimientos que promueven el pensamiento crítico, como el periodismo de
verificación de datos (fact-checking)
y la educación en habilidades digitales. Pero en eso solo repara quien duda, y se pregunta antes de creer.
Y como si faltara más, ahora la inteligencia
artificial (IA) está jugando un papel cada vez más determinante en la
personalización del contenido. Eso puede ser beneficioso si se utiliza para compartir
información relevante y de calidad, pero también puede ser peligroso si se usa
para reforzar sesgos y limitar la exposición a diversidad de perspectivas.
La capacidad para razonar y tomar decisiones
informadas dependerá en gran medida de la educación mediática y la conciencia
sobre cómo funcionan las tecnologías que moldean nuestra experiencia
informativa.
Finalizo con dos noticias: una mala y una buena. La mala: los estímulos emocionales seguirán siendo usados para manipular. La buena: también hay oportunidades para fomentar un consumo de información más reflexivo y consciente. Ante la mala y para aprovechar la buena, la pregunta que pone título a este escrito sirve como valioso punto de partida.