Por Néstor Estévez. ¡Cuántos recuerdos! Son muchas las generaciones dominicanas marcadas por esta motivante canción escolar que invita a a...
Por Néstor Estévez.
¡Cuántos
recuerdos! Son muchas las generaciones dominicanas marcadas por esta motivante
canción escolar que invita a aprovechar el tiempo para avanzar:
¡A la clase,
que ya es hora
de empezar
nuestra labor,
están
haciendo la suya
las abejas en
la flor.
Y si trabaja
la abeja
y acaba en
miel su labor,
trabajemos en
la escuela
y haremos
algo mejor!
Se trata de
un estímulo para el avance. Con esas sencillas letras se nos marcó para ver en
las abejas a mucho más que un insecto benéfico. Se nos motivó para asociar el
conocimiento con los valores. Se nos inspiró para que, desarrollando
habilidades y potencialidades, generásemos bienestar y felicidad.
Todo aquello
incluyó la idea de que la tarea de aprender nunca termina. Quizás eso nos abra
la puerta para entender que necesitamos acudir otra vez a las clases, aprender
a ver más de lo que se muestra, reforzar el apego a los valores, reaprender a
gestionar las potencialidades, y hasta entender la importancia de la sostenibilidad.
Retomar esa
ruta provocaría grandes beneficios como sociedad. Retomar esa ruta nos “abriría
los ojos”. Retomar esa ruta nos volvería más humanos. Retomar esa ruta
repercutiría en la seguridad, el bienestar y la felicidad que todos anhelamos.
Conectemos
esa ruta con la democracia. Veamos. De la democracia se cuenta que, como expresión,
la heredamos del latín, y como práctica viene desde la antigua Grecia. Allá,
Platón la consideraba como “gobierno de la multitud”, mientras que para
Aristóteles era “gobierno de los más”, de la mayoría.
Después nos
explicaron que se trataba del “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo”. Cuentan que lo dijo Abraham Lincoln, como parte de un breve discurso,
el 19 de noviembre de 1863, en el cementerio nacional de Gettysburg, mientras
la aún joven República Dominicana perdía su categoría para pasar a ser una
olvidada provincia española de ultramar.
Lo cierto es
que, alejándose de aquellos orígenes del viejo mundo y hasta del propio marco
que incluía la emancipación de los negros estadounidenses, la democracia se ha
prestado a diversas interpretaciones. Se habla de la democracia directa, con
decisiones adoptadas directamente por la población mediante diversas
modalidades; la indirecta o representativa, con decisiones adoptadas por
personas escogidas por el pueblo como sus representantes, y la democracia participativa,
que abre oportunidad para que la ciudadanía tome parte directa y activa en las
decisiones públicas.
Hay quienes,
quizás creyendo en maleficios, sacan a relucir aquello de que la expresión
fuera dicha en un cementerio, que Lincoln terminara asesinado por quienes no
comulgaban con sus ideas, y que hasta le costara la vida a Martin Luther King
Jr. eso de defender los derechos civiles. Lo refieren como una cadena de
señales de mal augurio para una forma de gobierno que hasta el momento ha
permitido entenderse a quienes asumen como oficio la actividad política.
Y uno hasta
llega a dudar cuando se encuentra con que el país que ha dicho ser, y ha
intentado convencer al mundo de que es, ejemplo de democracia, de pronto se
vuelve escenario de hechos como la “toma del Capitolio”, en Washington,
mientras ambas cámaras sesionaban para certificar la victoria del candidato
demócrata, Joe Biden, en las elecciones del 3 de noviembre, buscando poner fin
a la incertidumbre generada porque Donald Trump ha estado haciendo hasta lo
indecible para no admitir su derrota.
Pero también
en República Dominicana podemos encontrar, y hasta sobran, muestras de
auténtica crisis en la democracia. Que durante la pasada campaña electoral se
engatusara a los votantes de la región fronteriza, haciéndoles creer que se les
beneficiaría con decisiones como la ampliación de la Ley 28-01, y que ahora se
juegue una especie de “cúcara mácara” entre las autoridades electas, es una
señal de inminente muerte de nuestro modelo de democracia.
Bien sabido
es que la actividad política está altamente desprestigiada. Bien sabido es que
durante mucho tiempo se ha registrado un notable incremento de quienes la usan
para “hacer su agosto” en cualquier mes. Pero, ¿hasta cuándo durará esa fiesta?
Todo parece indicar
que a la democracia le ha llegado el tiempo para que el pus se encargue de podrirla
por completo, a menos que, volviendo a la escuela y aplicando lo aprendido, la
renovemos y contemos con formas idóneas para entendernos y lograr seguridad,
bienestar y felicidad, con criterio de sustentabilidad.