Por Néstor Estévez La sociedad dominicana ha sido estremecida por la muerte de Orlando Jorge Mera. Tanto la magnitud del hecho, las ci...
Por Néstor
Estévez
La sociedad
dominicana ha sido estremecida por la muerte de Orlando Jorge Mera.
Tanto la
magnitud del hecho, las circunstancias en que ha ocurrido, así como la cantidad
y diversidad de expresiones sobre el mismo son un claro indicativo de la
necesidad de hacer un alto y reorientar el rumbo.
Desde ya se
ha ido haciendo evidente esa mala fama que se nos endilga sobre “poner candado
después que nos roban”. En consecuencia, está bien que se refuerce la seguridad
y que se tenga mucho más cuidado ante posibles agresiones, pero se impone ir
mucho más allá de ahí.
El propio
Presidente de la República ha expresado que “esta sociedad se está enfermando y
por cualquier cosa se pelea”. Profesionales de la conducta han explicado que,
ya para 2019, 20 % de la población dominicana sufría de algún trastorno mental.
A eso se suma el incremento de ese mal a partir de la pandemia.
Ante semejante
cuadro, no es raro que ocurran hechos estremecedores vinculados a actuaciones
de personas que evidencian, aunque sea de manera momentánea, serios trastornos
de tipo conductual.
Es entendible
y hasta recomendable que el tema sea abordado por reales especialistas en la
materia. Sin embargo, desde el ámbito de la comunicación, que cada vez es
escogida como oficio por una cantidad mayor de personas, vale preguntarse: ¿Qué
está en nuestras manos hacer para frenar este derrotero?
Y si lo
analizamos bien, encontraremos que hay muchísimo por hacer para frenar el daño
y hasta para revertir lo que desde hace buen tiempo se ha provocado por una gran
cantidad de vías para incidir en las personas.
Para
entenderlo es suficiente con recordar que todo lo que podemos percibir, aun
cuando no hayamos logrado entenderlo, genera un estímulo a nuestro cerebro. El
propio saber popular ha intentado explicarlo con frases como “ojos que no ven,
corazón que no siente”.
De eso solo
se escapa lo relacionado con la fe, entendida como “la certeza de lo que no se
ve”. Zafando de ahí, solo existe lo que nuestro cerebro puede percibir. Es así
como, en una primera etapa, necesitamos identificar los estímulos. De no
lograrlo, se vuelve muy difícil pasar a la segunda etapa: interpretación. Solo
cuando identificamos e interpretamos nos colocamos en camino a generar
expectativas.
Así es como
los estímulos generan sentimientos y emociones, para luego incidir en nuestras
acciones, las cuales a su vez suelen tener consecuencias. Caigamos o no en la
cuenta de ello, cada una de nuestras acciones han sido condicionadas por
estímulos recibidos y procesados por nuestro cerebro.
Así es como
la música influye en nuestros estados de ánimo. Así es como una película puede
hacernos llorar o provocar insomnio y hasta pesadillas. Así es como tomamos la
decisión de adquirir determinados bienes o servicios. Así es como nos
relacionamos con los demás. Así es como otros inciden en nuestras vidas.
Lo triste es
que, de manera creciente, tanto los oficios relacionados con los denominados
medios de comunicación como las relaciones entre las personas, han quitado del
centro de su accionar al ser humano. Lo que una vez tuvo como lógica el
criterio de que “mientras más información se tenía, mejores serían las
decisiones tomadas”, ahora se ha invertido para que “a golpe de clic y me
gusta” se contribuya con alguien que quiere “monetizar” o simplemente ponerse “adelante,
adelante”, en una época en la que cualquiera dice, y hasta le creen.
Por eso, a
propósito de la muerte a tiros de Orlando Jorge Mera, muchos medios replicaron,
como el más imberbe de los “enganchados”, versiones como que “había más muertos
y heridos”, que “el tirador estaba atrincherado”, y otras muchas
desinformaciones que solo servían para alimentar el morbo.
Por fortuna, quien,
aunque sea mínimamente sigue logrando escapar a tanta infoxicación e intentos
de hacer daño mediante los mensajes, todavía tiene en sus manos escoger a quién
hacerle caso. Para ello es clave recordar que todo mensaje influirá en nuestras
emociones y en nuestros sentimientos, y que eso incidirá en nuestras acciones y
en la posibilidad de que mantengamos o no el equilibrio y la paz.